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SILENCIOS. LAS VIOLENCIAS PARALELAS EN LAS FUERZAS ARMADAS Resumen

Escrit per Centre Delàs on . Posted in Uncategorised

silencis

 

 

 

Responsable del proyecto:

José Adelantado (Universitat Autònoma de Barcelona)

 

Director de la investigación:

Xavier Rambla (Universitat de Vic)

 

Equipo de investigación:

Isaac González (Universitat Autònoma de Barcelona) y

Montse Mora (Universitat Autònoma de Barcelona)

 

Colaboradores:

Tomàs Gisbert (Informació per a la Defensa dels Soldats) y

José A. Noguera (Universitat Autònoma de Barcelona)

 

Este estudio se ha realizado en el marco del proyecto SILENCIOS promovido por IDS (Informació per a la Defensa dels Soldats). El proyecto ha recibido la financiación de la Iniciativa Daphne para el periodo 1998-1999. Se inscribe en la Task Force del Título VI TUE (Cooperación en los ámbitos de Justicia y Asuntos del Interior) de la Secretaría General de la Comisión Europea. Se ha encargado de su realización el Departament de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona en convenio con IDS.


* * * * * *

El informe intenta responder una pregunta sugerida a raíz del servicio de asesoramiento a reclutas que la asociación Informació per a la Defensa dels Soldats presta desde 1990. Su objetivo es explicar porque los soldados son víctimas de la violencia paralela dentro del servicio militar.

Desde varias perspectivas sociológicas se han propuesto tres explicaciones a este fenómeno. Una: que este sufrimiento se debe a los últimos restos del militarismo del pasado. Dos: que los soldados sufren porque atraviesan un rito de paso. Tres: que la violencia paralela, y por tanto el sufrimiento de los soldados, es una característica de la organización militar. La investigación presentada se ha basado en este tercer análisis.

Desde esta perspectiva, se han distinguido dos facetas de la violencia militar, se ha constatado que estas dos facetas se entremezclan en la vida castrense, y se han señalado los factores de esta intersección.

Entendemos que la violencia es una relación social en la que una parte restringe las posibilidades de acción de la otra. En términos gráficos, esta definición se resume en la idea de que la violencia es una humillación, una circunstancia en que una persona debe agachar la cabeza ante otra.

Entendemos que la violencia es una relación social en la cual una parte restringe las posibilidades de acción de la otra. En términos gráficos, esta definición se resume en la idea de que la violencia es una humillación, una circunstancia en la cual una persona ha de bajar la cabeza frente a otra.

Distinguimos una violencia militar oficial y una violencia militar paralela. La violencia oficial es necesaria para que los ejércitos satisfagan su función de preparar la guerra. A los soldados se les aparta de su entorno social, y se les somete a una disciplina, con el fin de conseguir que se motiven para luchar contra un enemigo posible. La violencia paralela, en cambio, es el conjunto de perjuicios que sufren los soldados sin que sirvan explícitamente para preparar esta defensa.

Hemos señalado unas manifestaciones concretas de cada una de estas violencias. Por un lado, la violencia oficial se encarna en la aplicación de normas explícitas, en los márgenes de transgresión tolerados de éstas, y en los ejercicios bélicos. Por otro, la violencia paralela se observa detrás de las arbitrariedades castrenses, los abusos entre soldados, los privilegios de veteranía, las novatadas, las peleas, los conflictos jerárquicos entre soldados y el sexismo contra las mujeres militares. Si se revisan las referencias a estas categorías recogidas mediante una muestra de entrevistas, se constata que las formas oficiales conllevan implicaciones paralelas y que las formas paralelas conllevan implicaciones oficiales. Así, la aplicación de normas, su transgresión y las arbitrariedades castrenses determinan tres grados de mortificación que sufren los soldados, a pesar de que las dos primeras categorías remiten a la violencia oficial y las últimas a la paralela. Del mismo modo, los abusos o los conflictos entre soldados suelen reproducir elementos de la jerarquía de mando, o bien las novatadas se inspiran en ritos parecidos a la jura de bandera o a los ejercicios bélicos.

El cuadro siguiente esquematiza los pormenores de esta intersección entre las formas de la violencia militar:

Manifestaciones de la violencia militar (orientación principal)

Sentido con respecto a la preparación de la guerra (implicaciones oficiales)

Implicaciones paralelas

a. aplicación de normas explícitas (violencia oficial)

Sanciones y premios

Controles

Apartamiento

Clasificación de los soldados

Estrategias de adaptación

Persecución de novatadas

Aprendizaje bélico

Arrestos de cosas

Implicación secundaria: es un grado de mortificación, junto con los márgenes de transgresión (oficiales) y las arbitrariedades (paralelas)

b. márgenes de transgresión tolerados (violencia oficial)

Transigencia con los soldados en general

Transigencia con los veteranos

Transigencia con ciertos grupos y cuerpos

Conductas positivas de los mandos

Conductas negativas de los mandos

Implicación secundaria: es un grado de mortificación, junto con el cumplimiento de normas (oficial) y las arbitrariedades (paralelas)

c. ejercicios bélicos (violencia oficial)

Maniobras

Tiro

Competiciones

Guardias

Excesos con armas

Orden cerrado

Implicaciones secundarias: estas actividades “sellan” ritualmente la violencia oficial al manifestarla dentro de simulacros muy estipulados, pero se producen algunos excesos por el uso de las armas

d. arbitrariedades castrenses (violencia paralela)

Implicaciones secundarias: es el grado máximo de mortificación, si se compara con la mortificación oficial (a. y b.)

Sanciones injustificadas

Humillaciones y agresiones

Poner en peligro la integridad física de los soldados

Irregularidades de los mandos en perjuicio de los soldados

Repercusiones de las arbitrariedades para los soldados

e. abusos entre soldados (violencia paralela)

Implicaciones secundarias: las agresiones extreman la mortificación oficial, mientras que los derechos institucionalizan informalmente los grupos primarios

Obligación de aguantar agresiones de los veteranos

Obligación de conceder derechos a los veteranos

f. privilegios de veteranía (violencia paralela)

Implicaciones secundarias: constituyen equilibrios informales a raíz de la jerarquía o de la división del trabajo, y de este modo acaban reforzando a veces la carrera moral

Favorecer a los veteranos al conceder pases, permitir que los novatos asuman más servicios, etc.

g. novatadas (violencia paralela)

Implicaciones secundarias: los soldados reproducen el ritualismo de los ejercicios bélicos en las novatadas que inventan

Ensuciar con espuma, orinarse encima de novatos, hacer representaciones, etc. (v. Anexo)

h. peleas (violencia paralela)

Implicaciones secundarias: reproducen la jerarquía de grupos

Entre cuerpos, con los autóctonos de la ciudad, etc.

i. conflictos jerárquicos entre soldados (violencia paralela)

Implicaciones secundarias: surgen de los equilibrios informales establecidos por los privilegios de veteranía

Varias fricciones entre cabos y veteranos, o entre novatos y veteranos

j. sexismo contra las mujeres militares (violencia paralela)

Implicaciones secundarias: compromete el objetivo oficial de abrir las profesiones militares a las mujeres

Bromas continuas

 

Entre los factores más influyentes en esta intersección de violencias oficiales y paralelas se han destacado los siguientes:

1. La organización militar se estructura como una jerarquía de grupos primarios, es decir, de grupos unidos por la convivencia directa. Estos grupos sobreponen los mandos a la tropa, pero también unos reemplazos a otros, o bien los cuerpos operativos a los cuerpos de apoyo.

2. La “carrera moral” de los soldados dentro del ejército establece una pauta de las manifestaciones de ambos tipos de violencia.En particular, la mayor intensidad de la violencia oficial se da en el momento de la instrucción, mientras que la mayor intensidad de la violencia paralela ocurre cuando los reemplazos llegan a su destino definitivo. Todos los soldados atraviesan en grupo estos estadios (instrucción, incorporación a un destino como novatos, veteranía y licencia); por tanto, las violencias paralelas adquieren buena parte de su sentido como secuencias de este proceso.

3. Se espera, y se consigue, que los soldados asocien los valores militares con los rasgos socioculturales del género masculino. De hecho, aunque el servicio militar haya dejado de ser un rito de iniciación para todos los hombres del país, conserva unas connotaciones iniciáticas. Lo que atrae de la disciplina militar es la “experiencia” de haber sabido estar a la altura, de haber atravesado la prueba junto con un grupo de compañeros. Las violencias oficiales y paralelas refuerzan el sentido de esta prueba, y las solidaridades resultantes del paso conjunto las vehiculan.

La jerarquía de grupos primarios

Puesto que la violencia militar se ejerce mediante unas prácticas sociales que cumplen funciones burocráticas o rituales, sus manifestaciones se pueden clasificar de acuerdo con este criterio. Además, cabe establecer una distinción transversal entre aquellas manifestaciones violentas en que los soldados son víctimas de una orden o de una norma y aquellas otras manifestaciones en que unos soldados son agresores y otros son víctimas. De este modo se perfilan cuatro tipos de violencia militar.

I. La violencia militar burocrática entre mandos y soldados, o bien entre normas y soldados. Abarca el cumplimiento explícito de disposiciones (a.) y los márgenes de transgresión tolerados discrecionalmente (b.), pero también deja un amplio margen a la arbitrariedad de los superiores (d.). Contra esta arbitrariedad sólo se puede protestar siguiendo el conducto jerárquico, que obliga a presentar la reclamación ante el superior inmediato. La violencia oficial (aplicación de normas con transgresiones toleradas) y la paralela (arbitrariedad) se intercalan por tanto.

II. La violencia militar burocrática entre soldados. Los privilegios de veteranía (f.) o los conflictos jerárquicos entre soldados (i.) componen este tipo. Ambas categorías de violencia llevan la contraposición entre grupos de soldados más allá de las tareas militares. En general, en estas circunstancias se dirimen intereses con respecto a ventajas relativas, pero también puede ser que unos grupos intenten imponerse sobre otros sin mayor intención material que la de mostrar su supe- rioridad. Se abre una gran variedad de conflictos que pueden abrir unas u otras brechas según qué tipo de clasificación activen los grupos de soldados al interactuar.

III. La violencia militar ritual entre mandos y soldados, o bien entre normas y soldados. Los ejercicios bélicos (c.) son intrínsecamente rituales, puesto que siempre deben representar una situación eventual como si ésta fuese cierta. Así, desde el ejercicio más estético, el orden cerrado, hasta los más semejantes al combate, las maniobras nocturnas o el tiro, pasando por el deporte o las marchas, en todos los casos se depende del grupo: para desfilar, para tomar la posición, para evitar accidentes si alguien se gira con el arma cargada, para ganar un partido o para aguantar en un ascenso. En todas estas ocasiones la institución pretende sellar los espacios de la violencia oficial. El entrenamiento militar debe enseñar a matar en unas circunstancias especiales, fuera de las cuales la guerra debe cesar, al igual que el tiro, la marcha, las maniobras o el desfile constituyen unas circunstancias especiales donde se puede manejar las armas, pero éstas deben ser inaccesibles en otros momentos. Sin embargo, este intento de aislar el uso de las armas no acaba de conseguirse. En muchas entrevistas los exsoldados han comentado su afición por usarlas, y su capacidad de maravillarse ante ellas, por su valor intrínseco. En un cuartel, por ejemplo, se premiaba a la tropa pemitiéndole ejercitarse en el uso de ametralladoras con balas incendiarias, a pesar de que el único cometido de esta tropa fuese el mantenimiento y la vigilancia de una base aérea. El entrevistado contaba aquellos ejercicios por el mero placer de disparar, sin preocuparse en absoluto de su relación con su entrenamiento para hacer guardias con el subfusil. Otro entrevistado explicó de pasada, como una anécdota final, que uno de los últimos días de servicio hirió a un compañero con un arma de fuego. Según su versión, había apretado el gatillo mientras jugaban pensando que no estaba cargada. Afortunadamente, pudieron disimular la herida en enfermería explicando que era consecuencia de un golpe con la taquilla. Les interrogaron por separado pero mantuvieron su versión y salieron indemnes (A pesar de que la entrevista no lo aclara, parece que el incidente debió de ocurrir fuera del cuartel, y probablemente con una escopeta de perdigones).

Aunque sean escasas, se encuentran algunas alusiones al mal uso del armamento por parte de los mandos. Es el caso del capitán que dispara a los perros dentro del cuartel al grito de “!un moro!”, o el del sargento que amenazó a un soldado con una pistola porque le había ganado al parchís en el cuerpo de guardia. Para los soldados se trata de mandos alterados psicológicamente, un “yonqui” decía el entrevistado con respecto al perdedor de la partida, pero una parte relativamente normal de la vida militar.

IV. La violencia militar ritual entre soldados. Las novatadas (g.) son la expresión paradigmática de este tipo de violencia militar. Su orientación paralela es clara, todavía más cuanto las normas prevén que sean perseguidas su perpetración y su aceptación. En este sentido la violencia oficial y la paralela se intercalan de un modo distinto a los casos anteriores, ya que aquí la primera persigue a la segunda. Con todo, la violencia ritual entre soldados se manifiesta de otras maneras, tales como las peleas entre soldados (h.) o bien el sexismo contra las mujeres militares (j.). De entrada, éstas son formas de violencia paralela, puesto que en ellas unos soldados pretenden humillar a otros/as al margen de toda referencia al combate. Sin embargo, al pelearse entre sí los soldados recurren a un juego simbólico tan ritual como el de los ejercicios bélicos, puesto que demuestran una gran habilidad para tensar su comportamiento ante cualquier enemigo ficticio. Es análogo el papel de su misoginia, que adopta una clasificación extramilitar para defenderse ante una “intrusión”. En suma, el ritual de repetir unos comportamientos y remitirlos a un referente lejano da tanto sentido a los simulacros bélicos como a las peleas o el sexismo de los soldados, y de nuevo los grupos actúan como sujetos u objetos de estas acciones.

La carrera moral del soldado

La violencia oficial regula la secuencia del entrenamiento. Es más intensa, en la forma de arrestos o de ejercicios bélicos, durante el periodo de instrucción, cuando ningún recluta dispone del más mínimo margen de acción propia. Sólo se puede obedecer. Más tarde la Jura marca el momento en que se pasa a ser soldado de pleno derecho y se obtiene un puesto. Sea por la contraposición entre la presión y el alivio relativo, o bien por la superación de una prueba en la Escala de Complemento y en los cuerpos operativos, la violencia oficial diferencia siempre estas dos fases. En consecuencia, la carrera carrera moral se estructura de tal manera que acaba pautando ambas formas de violencia. La violencia oficial establece la división más visible entre el periodo de mortificación y el de adaptación, y abre paso a la violencia paralela que los veteranos ejercen sobre los novatos. El momento de las novatadas más duras es el de la entrada de los novatos en los destinos una vez han jurado bandera, ya que en aquel momento “sus” veteranos se estrenan en el disfrute de esta categoría informal, y pueden mostrar su paso colectivo de este penúltimo umbral simbólico ejerciendo precisamente el derecho de novatada.

La identificación militar de los soldados

Según los entrevistados, el servicio militar a veces cambia a los soldados. En general, no les “hace un hombre”, en el sentido tradicional de la palabra, pero les puede atemperar el carácter; les hace madurar, ser más sensible y cariñoso, o más responsable; les enseña a pensarse las cosas dos veces; les despabila; les endurece; les vuelve más agresivos; les hace más sumisos en el trabajo y más disciplinados; o bien les inculca una mayor autoestima y autoconocimiento y porque les permite ser alguien; les enseña a superar la timidez, y también puede enseñarles a “ser más chico de ciudad”. Se trata de un conjunto heterogéneo de cambios, susceptibles asimismo de una valoración distinta.

La variedad de estas alusiones se debe a la variedad de los modos en que los soldados se identifican con los valores militares. El análisis ha permitido distinguir entre quienes se distancian de la vida militar evaluando sus perjuicios, quienes la asumen como una realidad inevitable, y quienes demuestran un interés personal por ella. ¿Cómo se producen estas adhesiones incluso entre conscriptos?. ¿Por qué se adhieren a los valores militares a pesar del sufrimiento que éstos les puedan infligir?. La sociología militar ha demostrado que la institución militar no recurre al patriotismo para llevar a los hombres al combate, ni parece que nuestros entrevistados se identifiquen con este valor. ¿Cuál es el recurso para que el ejército gane adeptos entre los exsoldados que fueron obligados y declaran haber vivido la violencia militar oficial y paralela?

La clave reside en el hecho de que la mayor parte de los soldados que declaran adherirse a los valores militares establecen una conexión entre el sentido de éstos y su masculinidad. El género masculino del soldado es lo que otorga un sentido a las características militares que incorpora; es, en suma, lo que vincula su vivencia personal con el grupo (corporativo en primer lugar, y nacional en segundo) al que va a pertenecer después del entrenamiento. El ritual militar dificulta la posibilidad de que las mujeres participen en los ejercicios bélicos, ya que la presencia de éstas altera el valor ritual de aquellos. De hecho, si feminizamos los sustantivos de las canciones militares más usadas, buena parte de ellas ve su sentido completamente alterado.

Los reclutas entrevistados encuentran sentido a los valores militares porque los conectan con su identidades masculinas. Estas identidades se vertebran con respecto a unas reglas sociales de separación y jerarquía de los espacios. En muchas circunstancias los hombres tienen que asumir asumir estas reglas, ya sea para aplicarlas ya sea para distanciarse de ellas.

Por un lado, el entrenamiento militar justamente se convierte en una inciación, una entrada a un estadio vital diferente del anterior, con respecto a la cual los soldados establecen una relación parecida. Lo valoren positiva o negativamente los soldados reconocen que atravesaron una línea en su vida, que dentro no pudieron ser como fuera. Esto es precisamente lo bueno y lo malo del servicio militar. Allí les humillaron, si por humillar entendemos que les obligaron a restringir su margen de acción, y esta humillación es el motivo de orgullo o de decepción.

Por otro lado, este paso lo dieron al unísono con otros hombres. Aceptan algunos que no tiene por qué ser diferente si los soldados son mujeres, pero acaban contando las tensiones que esto provoca. Este vínculo es otra de las características sociales de la masculinidad; emerge de la violencia sufrida, y puede ser el catalizador de otras manifestaciones violentas.

La violencia, pues, juega un papel en ambas facetas de la identificación militar. Ya sea mediante la mortificación oficial necesaria para prepararse ante el combate, mediante la mortificación paralela de las arbitrariedades y los abusos, ya sea mediante el espíritu guerrero de cuerpo, o la guerrilla paralela entre grupos primarios, los soldados acaban identificándose con unos valores militares que les apelan en tanto que son hombres quienes atraviesan el umbral en grupo. Este es el poso del servicio militar en la identidad de quienes lo han vivido. Sólo unos pocos señalan que mantuvieron una distancia, si bien aceptan que en algo también ellos cambiaron.

Implicaciones del estudio

Esta interpretación se apoya en el análisis de una muestra de treinta y tres entrevistas mantenidas con jóvenes que han realizado su servicio militar entre 1997 y 1999, procedentes de Cataluña, la Comunidad Valenciana y Castilla-La Mancha. Se les ha preguntado por el proceso que ha seguido su entrenamiento militar; se les ha solicitado que describan a sus compañeros de reemplazo, a los soldados profesionales, a los mandos y a las mujeres militares que encontraron en su cuartel; y por último se les ha pedido que valoren si el servicio militar les ha cambiado en algo.

Como sucede en toda investigación, los términos en que se han definido los fenómenos y analizado las entrevistas asumen en este estudio unos puntos de vista normativos. La filosofía de la ciencia ha argumentado repetidas veces que todo estudio de “lo que es” remite a una interpretación de “lo que debe ser”. Las características propias de la investigación se han expuesto en los párrafos anteriores, y deben juzgarse en términos de su validez teórica y empírica. Pero esto no anula en absoluto sus implicaciones normativas.

La lectura de estos resultados sugiere las siguientes reflexiones. Un objetivo deseable de los ejércitos democráticos, sin lugar a dudas, es la eliminación de las violencias paralelas. Además, este objetivo es aún más inminente cuando estos ejércitos se comprometen a participar en operaciones de mantenimiento de la paz en regiones distintas del mundo, ya que la versatilidad y la complicación de estas operaciones requieren que los soldados sepan medir los límites de la violencia oficial para cumplir satisfactoriamente con su cometido. Sin embargo, el análisis de la organización militar indica que será extremadamente complicada la erradicación de esta violencia paralela, puesto que se ha convertido en un rasgo estructural de esta organización.

Incluso los soldados que niegan haber participado en acciones de violencia paralela acaban reconociendo que a la larga “aprendieron” a implicarse en ellas. Aún más, quienes reniegan de esta violencia con mayor vehemencia son los que menos comparten los valores militares, es decir, los que se acercarán menos a un ejército profesional. Por otra parte, todos los soldados distinguen las acciones violentas que son una “broma” de las que son una “putada”, pero esta misma distinción es móvil y se puede convertir en un criterio para legitimar verdaderas agresiones.

Ante estas circunstancias, será muy difícil suprimir la violencia paralela del ejército. La organización militar necesita estos poros de violencia para funcionar. Sin ellos, se ahogaría, como se ahogaría un ser humano que no pudiese transpirar por los poros de la piel.

Pero la discusión política sobre el ejército ha puesto esta cuestión sobre la mesa. Hoy en día se propone que los ejércitos sustituyan su antigua misión defensiva por la de mantener la paz en las regiones conflictivas, y se ha disipado la imagen de un enemigo invasor que amenace a la mayoría de países democráticos. Por ello se subraya la importancia de que el entrenamiento militar evite que la violencia desborde los límites oficiales, de que los soldados aprendan a operar en situaciones complejas donde la respuesta automática puede ser perjudicial, y de que su entrenamiento evite cualquier posible abuso. Sin embargo, nuestras conclusiones sugieren que no es verosímil la posibilidad de conseguir este empeño.

Frente a estas propuestas se ha sugerido la necesidad de buscar otras formas de seguridad internacional menos militares. Se trata de estrategias inspiradas en la cooperación, el desarme, la cultura de paz, el desarrollo sostenible, etc. Ciertamente, esta alternativa es compleja y contradictoria, pero es imprescindible recordar que no es más compleja ni más contradictoria que el objetivo de limitar la violencia militar a la violencia oficial.

 

(ver informe completo)

(versión Pdf, 3,8 Mb)

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