Las guerras de la tele

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Artícle no disponible en català).Los medios de comunicación representan uno de los principales transmisores de ideologías y opiniones. Su impacto en la construcción de imágenes colectivas y estereotipos determina de manera decisiva nuestra opinión. Este artículo contribuye a desenmascarar la cultura de la violencia que nos llega a traves de los medios adiovisuales.Alejandro Pozo (abril 2004) Quaderns de Solidaritat, núm. 21



Los medios y grupos de comunicación en la construcción de una cultura de la Paz IntroducciónLos medios de comunicación representan uno de los principales transmisores de ideologías y opiniones. Su impacto en la construcción de imágenes colectivas y estereotipos llega incluso a determinar la opinión que las personas tenemos sobre regiones del mundo que no conocemos y las percepciones del sistema en el que vivimos. La influencia de los medios de comunicación en la educación de las personas es cada vez mayor, y ha experimentado un aumento sin precedentes en las dos últimas décadas. La educación para la paz, que persigue deslegitimar la cultura de la violencia, ha encontrado una limitación importante en estos medios de comunicación: aumento de la violencia en televisión (películas, tv shows, series, spots,...) y legitimación de la misma en cualquier medio.


La guerra no se concibe de la misma forma hoy que hace veinte años. La invasión de EEUU a Irak a principios de los noventa, marcó el inicio de lo que ha sido llamado el espectáculo de la guerra. Esto es, asistir a una guerra como quien mira una película. A partir de entonces, nuestro conocimiento de la violencia en otros lugares del mundo ha estado condicionado, casi siempre marcado, por las imágenes mostradas en televisión, las películas de cine o los textos de prensa.


Se estima que las agencias de noticias envían a los medios de comunicación una media aproximada de 4000 noticias cada 24 horas, de las que unas 2400 (100 cada hora) son de carácter internacional. En un periódico, no suelen caber, en el mejor de los casos, más de 200 noticias. En un informativo de televisión, apenas 20. Estas estimaciones muestran que únicamente alrededor de un 0,05% de lo que se podría contar es finalmente transmitido. En televisión, la cifra es del orden del 0,005%.


¿Qué criterios se escogen para elegir qué debe ser contado y qué no? Desde luego, estos criterios no son arbitrarios. Citamos algunos: excepcionalidad del suceso, notoriedad del personaje, interés colectivo de lo ocurrido, proximidad emocional y temporal que sentirá el lector-televidente-oyente y efecto agenda (noticia ya contada, contexto de moda). Sin embargo, en televisión, lo que convierte un suceso en noticia es la existencia de imágenes. Se podría afirmar que no existe un criterio patrón o regla de oro para elegir.La selección responderá a las distintas cosmovisiones que tendrán las personas que escogerán qué contar. Por otro lado, se encuentra el interés personal o colectivo, económico, político o social, que tendrá la o las personas que escogen qué contar y cómo hacerlo. En definitiva, se podría decir que en un sentido puro no existe la objetividad en la información, ya que siempre influirá la opinión de estas personas. Para escoger, hay que tener una opinión, y ello constituye la principal forma de manipulación de los medios de comunicación: la selección.


Así, el concepto de objetividad en la información resulta, como mínimo, cuestionable. El propósito de este trabajo radica en presentar brevemente algunos ejemplos de la instrumentalización que se ha realizado de los medios de comunicación para legitimar la violencia y su forma más extrema: la guerra. Por supuesto, tampoco yo soy objetivo a la hora de contar lo que cuento: estoy condicionado por valores que me hacen rechazar la violencia en cualquiera de sus formas. Además, sólo estoy seguro de que uno de los ejemplos que cuento en el trabajo sea completamente real. Sin embargo, aunque lo viví personalmente, también yo estaba condicionado por el contexto en el que me encontraba.

Las guerras de la teleEn la Guerra del Golfo de principios de los años 90, decíamos, la humanidad (la parte que tiene acceso a un televisor) presenció una guerra en directo, como quien visiona una película. Desde entonces, han habido muchos otros conflictos convertidos en espectáculo. La mayor parte de los medios de comunicación occidentales han destacado las características técnicas del sofisticado y altamente destructivo armamento utilizado en estas guerras; o los detalles estratégicos que involucraban al lector/televidente en un particular juego de Risk. Mientras, han estado menos interesados en otros rostros de la guerra, como el factor humano, en términos de vidas, heridos, mutilados, traumas, venganzas y odios; u otros factores como la desestructuración económica, política o social, la destrucción de infraestructuras, el paro, la aparición de grupos armados y niños soldado, que buscarán en sus armas su único sustento; o la profunda implantación de la cultura de la violencia en la zona tras los combates. Por otro lado, el espectáculo ha estado presentado por una única fuente de información, que además pertenece a una de las partes en conflicto de estas guerras, lo que cuestiona la independencia de la información que transmite: CNN-EEUU.


Irak fue la primera, pero han habido muchas otras películas: la intervención estadounidense en Somalia, los bombardeos en Kosovo por parte de la OTAN, las invasiones a Afganistán y, de nuevo, Irak,... son algunas de las guerras televisadas que Hollywood no ha tardado en contar, a su manera, en formato cine. La película Black Hawk Derribado, por ejemplo, pretende mostrar la realidad de la heroica actuación estadounidense en Mogadiscio, Somalia, para capturar a la cúpula de poder, representada por Mohamed Farrah Aidid. En la película, se muestra cómo 18 soldados de EEUU, con nombres y apellidos, fueron muriendo uno por uno. La percepción que el espectador acabará teniendo de la población somalí –los flacuchos, según los soldados estadounidenses–, cuyas vidas no son importantes en la película, probablemente coincidirá con los estereotipos y patrones que el Gobierno estadounidense se encargó de establecer en EEUU para legitimar la invasión. La película estuvo basada en el libro del periodista, también estadounidense, Mark Bowden, La Batalla de Mogadiscio. En este libro, Bowden también contaba cosas como por qué existía un ambiente de hostilidad anti-estadounidense, o cómo la decisión de la intervención estuvo poco meditada. Pero nada de esto se menciona en la película. Tampoco se comentó, ni en la película ni en ningún otro espacio durante los meses que estuvo en boca de todos, que el personaje principal de la película, John Stebbins (en la película se le ha cambiado el nombre por John Grimes, interpretado por el actor Ewan McGregor), fue condenado en julio de 2000, a 30 años de cárcel por la violación de una niña de 12 años. El presupuesto de la película fue de 95 millones de dólares, de los que sólo se gastaron 3, porque el Pentágono accedió a colaborar siempre y cuando se respetaran sus condiciones, entre las que se incluían suprimir las tres menciones anteriores: no podemos presentar a un héroe como un pederasta. El Pentágono colaboró enviando 8 helicópteros y 100 soldados de élite para el rodaje de tres meses en Marruecos, y organizó un curso de capacitación para 40 actores. En los créditos finales, se agradece al Departamento de Defensa y al Ejército de EEUU su contribución a la película, al tiempo que destaca la participación de al menos nueve secciones militares distintas de EEUU y la colaboración de varios militares en la inspección técnica de la obra.


Películas como Black Hawk Derribado o Pearl Harbour, tal y como fueron presentadas, no podrían haber sido posible sin la colaboración del Pentágono. Alquilar un caza F-15, por ejemplo, puede suponer decenas de miles de euros por hora. Otras películas, como Nacido el 4 de Julio o Platoon, dirigidas por Oliver Stone, fueron rechazadas por el Pentágono y tuvieron que disminuir sus expectativas respecto a las partes más bélicas. La colaboración entre el Pentágono y la CIA y Hollywood no es secreta ni nueva. El Ejército, al igual que la Armada y las Fuerzas Aéreas, tiene varios oficiales destacados en Los Ángeles para actuar de nexo con los productores; y el Pentágono, el FBI, la CIA y la Casa Blanca tienen oficinas y personal destinado a estos fines. En palabras de Chase Brandon, agente del servicio de relaciones públicas de la CIA y encargado de los contactos con Hollywood: "Nosotros protegemos la libertad y la seguridad de los norteamericanos. Luchamos contra la proliferación de las armas y el terrorismo. En el cine se nos muestra como villanos y no como héroes. Es insoportable. Como la CIA es una organización confidencial, los guionistas imaginan lo que no es y ello explica la imagen catastrófica que le cine dio de la CIA en los años 70 y 80. George Tenet, el director de la CIA, decidió comunicar a través del cine. Y hoy, las películas dan una imagen más realista de nosotros".


En la película La suma de todos los miedos, la cooperación entre EEUU y Rusia evita un atentado terrorista que hubiera significado la destrucción del Planeta. Eduardo Febbro cuenta cómo el fiscal general de EEUU, John Ashcroft, esperó más de una semana para que esta película "alcanzara la cabeza del ránking de taquilla, antes de anunciar el arresto de Abduljah al-Mujahir, alias José Padilla, el presunto miembro de Al-Qaeda que, según la versión oficial, se disponía a cometer un atentado con bomba de neutrotes, similar al que se narraba en la película. Curiosamente, cuando Ashcroft anunció el arresto de Padilla, el responsable estadounidense se encontraba en Moscú".


Aunque esta forma de colaboración entre Hollywood y los servicios secretos o el Ejército no es nueva, la de ahora alcanza dimensiones inéditas y parece una auténtica estrategia de comunicación oficial. Desde el 11 de septiembre de 2001, una tercera parte de la producción actual de Hollywood son películas de guerra cuyo guión está basado en el mismo resorte: el terrorismo.


En ocasiones, las películas-guerra pueden contener paradojas que pueden resultar incluso cómicas. En Rambo III, por ejemplo, se presenta a los mujahidín afganos y a los talibán con una imagen mística. Se dice, sin pudor alguno, que el coronel Trautman, a quien Rambo-Stallone va a rescatar, fue capturado por los soviéticos cuando se disponía a entregar misiles Stinger a los afganos (en la realidad, EEUU entregó varios centenares, y fue en la primera vez que un grupo ajeno a la OTAN se dotaba de este tipo de armas). Estos mismos misiles fueron instrumentalizados por el Gobierno de EEUU para sembrar el miedo y la amenaza entre su población y justificar la intervención de 2001.


En el conflicto palestino-israelí, los medios de comunicación también juegan un rol clave. Oriente Próximo representa una de las regiones del mundo con mayor cobertura mediática. Y también es una de las guerras de la tele y el cine. Hace tres años, antes de la II Intifada, el número de atentados suicidas era muy inferior al actual. El inicio de las inmolaciones supuso un mayor acercamiento de los medios de comunicación internacionales. Ciertas organizaciones palestinas afirman que mientras se sucedan atentados que alimenten el morbo de la población mundial, el conflicto palestino no caerá en el olvido. Hoy existen cerca de 40 guerras en el mundo, casi todas olvidadas o no recordadas.


Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EEUU también fueron objeto de una extensa cobertura mediática que mostró, durante meses, unos aviones que se estrellaban una vez tras otra destruyendo y volviendo a destruir distintos edificios y, oficialmente, 3.044 vidas humanas. La envergadura de la atrocidad y su fuerte impacto en la sociedad estadounidense son algunos de los factores que han impedido la explicación de lo sucedido en formato Hollywood.


Las prácticas terroristas que caracterizan a algunos movimientos fundamentan su razón de ser en la publicidad de sus actos. El escritor Umberto Eco afirma incluso que "el terrorismo es un fenómeno de la época de los medios de comunicación de masas. Si no hubiera medios masivos no se producirían estos hechos destinados a ser noticia".


<U>
El poder de la identidad   </U>La prensa, la televisión y el cine también han ayudado a mantener ciertos patrones y estereotipos y a aumentar la polarización entre "nosotros" y "ellos", destacando factores étnicos o religiosos. Justificar la transformación violenta de los conflictos con estos pretextos es una práctica común que muchas veces distorsiona la realidad y que corresponden a análisis simplistas de los conflictos armados. Las guerras se crean básicamente por poder o por territorios (intereses económicos y/o político-estratégicos). Posteriormente, los argumentos étnicos, religiosos y nacionalistas son muchas veces empleados para polarizar a las sociedades, señalando al "otro", al que hay que exterminar; y para justificar la violencia, simplificar sus causas y considerarla como "natural", destacando lo poco que podemos hacer frente a tanta locura desatada.


Cuando presentamos un conflicto armado bajo motivaciones políticas y económicas, quedan al descubierto los intereses particulares que determinados grupos tienen al respecto. El papel de la Opinión Pública internacional resulta determinante en estos casos. Su denuncia respecto a las violaciones de derechos humanos o, en su caso, el Derecho Internacional Humanitario y la condena a las transferencias de armamentos con las que otros cometen los horrores de la violencia, entre otros aspectos, constituyen el núcleo de la movilización de la ciudadanía mundial frente a actos de injusticia. Sin embargo, calificar un conflicto armado como religioso, desmoviliza a las sociedades.


Se trata, en definitiva, de identificar al "otro". Si no hay "otro", no existe enemigo. Y, en ocasiones, se necesita un enemigo para poder llevar a cabo un plan determinado que, en principio, poco tendrá que ver con la identidad. Se necesita a un "otro", por ejemplo, para achacarle todos los males que padece una sociedad determinada. Este mecanismo, conocido como el "chivo expiatorio", ya fue empleado por Hitler contra los judíos. Ello le permitió considerar que no había sitio para dos pueblos en un solo territorio.


Por eso tenemos que inventar, aunque sea parcialmente, al "otro". Precisamente para conseguir una mayor cohesión e identidad del "nosotros". ¿Y cómo identificar al otro? A través de los rasgos identitarios más relevantes para la persona, sea la lengua, la religión, el color de la piel o el apellido. Y la diferencia entre "nosotros" y "ellos" deberá dejar bien claro que el Bien queda en nuestro lado y el Mal y su amenaza en el lado contrario. Las características de "ellos" y "nosotros" dependerá, como casi todo, de la educación, que determinará las relaciones entre los grupos en conflicto y sus espectadores.


Un estudio del Tami Steinmetz Center for Peace Research, de la Universidad de Tel Aviv, elaboró una encuesta donde se reflejaron algunas "actitudes de judíos y árabes hacia el proceso de paz". Algunas de las conclusiones de este estudio son estas:

 

 

Árabes

Judíos

 

SI

Indif.

NO

SI

Indif.

NO

1.¿Es posible una paz árabo-israelí?

66,4

21,5

9,4

39,3

18,4

39,4

2.¿Estaría justificada una Palestina independiente?

86,9

-

8,5

44

-

51,4

3.¿La mayoría de los árabes eliminaría a los israelíes si pudieran?

21,8

20,9

50,4

67,8

15,7

14,7

4.¿Apoyaría una retirada militar?

85,8

-

8,4

26

-

70,4

5.¿Apoyaría una separación entre judíos y árabes?

39,8

18,9

35,8

75,7

12,3

7,9

 

 

Según estos resultados, es difícil un acercamiento pacífico entre palestinos y judíos cuando un 67,8% de estos últimos considera que los palestinos les eliminarían si pudieran. Todavía resulta más curioso comprobar que un 21,8% de los propios palestinos están de acuerdo con esa afirmación. La propaganda que unos y otros dan de otras sociedades (y de sí mismas) se transforma en cultura de violencia que polariza, más si cabe, a las partes en conflicto.


En la invasión a Irak de principios de los años 90, los televisores de todo el Mundo mostraron las ciudades iraquíes con un cielo oscuro en el que destacaban numerosos destellos provocados por otros tantos misiles lanzados por el Ejército de EEUU. Trece años después, también conocimos la guerra en Irak de día. En noviembre de 2002 (meses antes de los bombardeos) y durante una semana, el Pentágono alistó y dio formación en centros militares de EEUU, a 500 periodistas de todo el mundo para que acompañaran a los marines en su invasión a Irak. Según los formadores, se impartieron técnicas de supervivencia, consejos antiterroristas y entrenamiento físico. Según uno de los participantes, el redactor del San Francisco Chronicle, afirmó que "el entrenamiento de los medios de comunicación va de supervivencia y propaganda". Quien no realizaba los cursos, no participaba en la expedición. Y no todos los que los cursaron pudieron ir.




Un ejemplo: La Guerra del Golfo   En 1990, EEUU tenía problemas para que su Congreso aprobara la intervención que se convertiría en la "Primera" Guerra del Golfo, cuando EEUU invadió Irak porque éste había invadido Kuwait. El recuerdo de las víctimas estadounidenses en Vietnam estaba demasiado presente en la población. Un día, en horario de máxima audiencia de televisión, apareció en los canales de EEUU –también en otras partes del mundo–, Nayirá, una kuwaití que supuestamente trabajaba como voluntaria en un hospital de su país. Esta joven narró cómo los soldados iraquíes sacaban a los recién nacidos de las incubadoras y los tiraban al suelo, entre otras atrocidades. Al cabo de unos días, producto de la sensibilización y de las presiones de la Opinión Pública, el Congreso de los EEUU dio carta blanca al ejército de su país para que hiciera lo que tenía que hacer en Irak. Unos meses más tarde, el mundo conoció, aunque de manera fugaz y parcial, que aquella enfermera que apareció en televisión nunca había trabajado en un hospital. Más aún, se conoció que aquella joven era la hija del embajador de Kuwait en Washington.

Fuentes: POLO, Higinio, "Mentiras para antes (y después) de una guerra", en www.geocities.com/mouguias/textos/; "Propaganda y guerra informativa", Kalegorría n<SUP>o</SUP>20. También en la página web No a la Guerra, www.sindominio.net/singuerra/pentagono_desinformacion.html.    Sólo es otro ejemplo   En la madrugada del 22 al 23 de julio de 2002, un caza F-16 del ejército israelí dejó caer una bomba de una tonelada de peso sobre un barrio residencial de la ciudad palestina de Gaza. El motivo alegado fue que en uno de los edificios completamente destruidos se encontraba Sheikh Salah Mustafa Shihadda, uno de los líderes del movimiento radical palestino Hamas. Dos días más tarde, los medios de comunicación europeos (no así los árabes) dejaron de comentar el suceso dando por válida la cifra inicial de víctimas que ofreció la CNN: 16 muertos, incluidos nueve niños. Los edificios bombardeados fueron bloques de pisos en los que vivían numerosas familias palestinas. La bomba cayó alrededor de la medianoche, cuando todos estaban en sus casas. 24 horas más tarde, seguían apareciendo cadáveres de víctimas inocentes que jamás serían contabilizadas. En las pocas paredes y pilares que quedaron en pie se exhibían mensajes concluyentes: "Ésta es la paz de Israel", "Ésta es la arma americana". Los medios de comunicación occidentales, que no registraron bien las víctimas y que no mostraron estos mensajes, tampoco informaron de que el bombardeo sucedió un día después de que todas las organizaciones radicales palestinas firmaran un acuerdo, por el que se comprometían a dejar de cometer atentados en el territorio de Israel, a condición de que el ejército de este último hiciera efectiva una retirada militar de los Territorios Ocupados. El primer ministro israelí, Ariel Sharon, felicitó al piloto y se mostró orgulloso por lo sucedido.


* Testimonio del suceso en POZO, Alejandro, "Crónica de una Palestina Ocupada", en Papeles de Cuestiones Internacionales, núm. 81, primavera de 2003, pp.133-141.El poder de la informaciónExisten 3 grandes agencias de noticias (Agency France Presse (AFP), Associated Press (AP) y Reuters) que casi-monopolizan –con un 70% del total de noticias internacionales– la información que reciben los medios de comunicación. Estas empresas son de capital y gestión de Francia, EEUU y Reino Unido, casualmente parte implicada en las últimas guerras de la tele.


Lo mismo sucede con los nueve gigantes globales de comunicación: AOL Time Warner (CNN), Disney (ABC), Rupert Murdoch’s News Corp., Viatcom (CBS), Sony, Seagram, AT&T/Liberty, Bertelsman y General Electric (NBC), con intereses estadounidenses, británicos, japoneses y australianos, cuyos Gobiernos han mandado tropas a estas guerras de la tele.


Rupert Murdoch, por citar uno de los ejemplos más sobresalientes, inició su imperio heredando un diario australiano. Hoy es dueño de 130 diarios en varios países, incluyendo el Times de Londres, The Sun y The New York Post. Ha realizado la mayor inversión del mundo en tecnología de comunicación por satélite y posee una de las mayores redes de televisión del Planeta. Además, es dueño de los estudios de cine Fox y de la editorial Harper Collins.


Pero no es un caso aislado. En Guatemala, el mejicano Ángel González es el dueño de las cuatro estaciones principales de televisión del país, además de otras 20 en toda América Latina. En Brasil, el grupo Globo es dueño de la mayor parte de los medios de comunicación del país. En Méjico, ocurre lo mismo con Televisa. El Presidente de la República Italiana, Silvio Berlusconi, es el dueño de las tres redes comerciales de televisión más importantes en Italia, además de ser también dueño de periódicos, revistas y compañías de producción y distribución cinematográfica y de video. En Uruguay, tres familias disponen de toda la televisión privada, abierta o por cable y en Argentina y en Colombia, el mercado está controlado por sólo dos grandes grupos de comunicación.

El ejemplo francés   Francia ha sido, desde la Revolución Francesa, una de las representantes de la libertad y la igualdad en el Mundo. En este país, es posible encontrar publicaciones sobre casi cualquier tema. Sin embargo, tampoco Francia escapa de la monopolización de la información. Por un lado, Dassault es el principal grupo de prensa francés (posee el diario Le Figaro y numerosos periódicos regionales, el semanario L’Express, la revista Expansion y catorce publicaciones más). Por el otro, el grupo Lagardère es el principal editor del país (Larousse, Hachette, Fayard, Grasset, Stock, Rupert Laffont, Bordas,...), posee diversos diarios (Nice-matin, La Provence) y domina el sector revistas (Paris Match, Elle, Tele 7 jours, Pariscope,...)...

Sucede que los presidentes de estos grupos, Serge Dassault y Jean-Luc Lagardère, formaron su imperio en torno a una empresa central dedicada a la actividad militar (aviones de combate, helicópteros, misiles, ...). Son, a través de sus numerosas acciones, dos de los mayores inversores en armamento de Europa. Y son quienes a través de la prensa y los libros (la inmensa mayoría de los libros de texto son publicados por el grupo Lagardère), informan y educan a la sociedad francesa. Son quienes no podrán oponerse a las guerras, porque ganan dinero con ellas. Como afirma Ramonet, "algunos de los principales medios de comunicación están ya en manos de los vendedores de cañones".

Fuentes: RAMONET, Ignacio, "Medios de comunicación en unas pocas manos", en Le Monde Diplomatique, Diciembre de 2002. también en http://www.monde-diplomatique.fr/2002/12/RAMONET/

En 1986, bajo la dirección del catalán Federico Mayor Zaragoza en la Oficina de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), se propuso la aprobación del llamado "Nuevo Orden Mundial de las Comunicaciones", en donde se pensó que sería conveniente que los países del Sur pudieran también contar lo que sucede en el Mundo, especialmente en sus propios países o sus vecinos, con sus propias palabras y opiniones. Contrastar puntos de vista y fuentes distintas representa uno de los principios básicos del periodismo.


Se realizó la votación para aprobar el proyecto: 172 países votaron a favor, mientras tres lo hicieron en contra: EEUU, Reino Unido y Singapur. Como el sistema de decisión es por mayoría, se aprobó el programa. EEUU y Reino Unido se mostraron molestos con una iniciativa que afectaba al monopolio de la información que poseían sus empresas, y decidieron abandonar la UNESCO. Al no formar parte de esta institución, dejaron de aportar las cuotas a las que estaban obligados, por lo que la UNESCO obtuvo unos ingresos menores. Habría que reducir gastos y eliminar algunos programas. Había que decidir cuáles. Sólo hubo que eliminar un programa: sorprendentemente, fue el mismo Programa por un Nuevo Orden Mundial de las Comunicaciones. El Reino Unido regresó a la UNESCO recientemente. EEUU comprobó que podía hacer lo mismo desde dentro que desde fuera y escogió la opción más económica. Hoy continúan siendo los mismos, partes implicadas en las guerras de la tele, quienes nos cuentan lo que acontece en el Mundo.


Unos años antes, en 1976, surgió la iniciativa de crear una agencia de noticias de los países no alineados. El entonces presidente del Instituto Internacional de Prensa, el sueco Olof Wangren, declaró que esa propuesta "podía conducir a una distorsión de la verdad". Otra iniciativa, crear una agencia latinoamericana de noticias, el proyecto ALASEI (Agencia Latinoamericana de Servicios Informativos) recibió una sonada protesta internacional, al ser acusada de pretender recibir, supuestamente, financiamiento de Gobiernos, lo que podía conducir a paralizar y distorsionar la información. Sin embargo, la mayoría de las agencias internacionales de noticias, como Reuters o France Press, continúan disponiendo de financiación directa o indirecta de sus Gobiernos.

Al-Jazzeera    En las invasiones de EEUU (y otros países como Reino Unido, España o Australia) a Afganistán e Irak, la monopólica CNN estadounidense se encontró con una cadena de televisión capaz de aportar una información alternativa e independiente a la suya. La televisión árabe Al-Jazzeera consiguió que movimientos como el talibán la escogieran para lanzar sus comunicados al Mundo. La CNN comprobó, especialmente en Afganistán, como su influencia disminuyó de manera considerable en favor de la televisión de Qatar. Trascurridos unos días de invasión, entre los numerosos errores de cálculo que cometió el ejército de ocupación estadounidense en Afganistán e Irak, se encontraba, sorprendentemente, el bombardeo de la sede de Al-Jazzeera en los dos países, además de la muerte de Tarek Ayyoub, miembro de su equipo en Irak. Desde la invasión a Afganistán, el delegado de Al-Jazzeera en Washington continúa pidiendo explicaciones al Pentágono. Y continúa sin recibir explicación, pretexto o excusa alguna.

Sin embargo, tampoco Al Jazzeera queda libre de sospechas: Esta cadena trasmite desde Qatar, el mismo país en el que se encuentra la sede del comando central de las fuerzas de ocupación estadounidenses en Irak. Paradójicamente, el propietario de esta cadena "independiente" es el emir de Qatar, Hamad Bin Jalifa Al Zani, el mismo que ofreció la base aérea de Udeid a EEUU para un eventual ataque a Irak, tras la visita del vicepresidente Dick Cheney en marzo de 2002.

Fuentes: IAR (Información Alternativa en Red), "El "doble juego" del canal Al Jazzeera", 23 de abril de 2003.      Las agencias de desinformación    No satisfechos con poseer el monopolio para "contar lo que pasa", y ante la "ola de antiamericanismo" sembrada en todo el Mundo, el Presidente de EEUU propuso crear una agencia de noticias en la que se defendieran los "intereses de EEUU". La primera noticia sobre la creación de la OIE (Oficina de Influencia Estratégica), la proporcionó el New York Times el 19 de febrero de 2002. Al día siguiente, el periódico nacional El País, recogía la noticia, en la que se destacaba el objetivo de "colocar noticias favorables a los intereses de EEUU en medios informativos internacionales. Estas noticias podrán ser verdaderas o falsas y afectar a países amigos o enemigos (...) que ayuden a crear un ambiente propicio para las operaciones bélicas estadounidenses (...)" empleando todas las posibilidades, "desde lo más negro hasta lo más limpio(...), desde el envío de noticias por correo electrónico a periodistas y dirigentes extranjeros en las que se camufla la procedencia, hasta el bloqueo de redes informativas hostiles (...), pasando por la propaganda bélica más típica, como la efectuada en Afganistán mediante octavillas y altavoces". Pedro Paniagua afirma que "puestas así las cosas, quizá no sea difícil en un futuro no muy lejano ver el paquete de comida que sucede a las bombas y el comunicado de prensa en un mismo pack". El Congreso se escandalizó y desestimó la propuesta. El Presidente Bush, enojado, convocó una rueda de prensa para tranquilizar a sus partidarios y para aclarar que no le importaba demasiado el rechazo del Congreso, porque ya tenía otras agencias de desinformación.


El fenómeno de la desinformación y su utilización con fines políticos y de estrategia militar no es, ni mucho menos, nuevo. La CIA estadounidense y la KGB soviética aprendieron bien las tareas de desinformar durante los años de Guerra Fría. Por otro lado, la desinformación es práctica común de cualquier gobierno en la medida que se lo permita su poder. Si el fenómeno estadounidense es el más estudiado es porque su papel hegemónico hace que se dé con mayor intensidad en este país. Además –y esto es lo que sorprende–, nunca antes nadie había hablado y defendido este fenómeno con tanta claridad, apertura y prepotencia como lo hizo George Bush.


Según sus propios estatutos, la OIE, no hubiera podido actuar dentro de EEUU. El mismo Pentágono reconocía en el New York Times, que la OIE no hubiera funcionado, ya que "una falsa noticia recogida por un medio europeo de importancia tiene muchas posibilidades de ser recogida por la prensa estadounidense (...), ya ocurrió con algunas campañas de desinformación exterior lanzadas por la CIA en los años setenta".


La OIE estuvo asesorada por la agencia de relaciones públicas Rendom Group. Curiosamente, esta agencia "también asesora a la familia real de Kuwait y al Congreso Nacional Iraquí, un grupo opositor a Sadam Hussein financiado por Washington". Más curioso aún, Rendom Group fue quien orquestó la trama de Nayirá, la supuesta voluntaria del hospital kuwaití.   La guerra espectáculo   "Sentados ante el televisor, nos hemos acostumbrado a abordar con el ojo del espectador las imágenes de la guerra, del hambre y de la injusticia social. La confusión entre violencia real y violencia ficticia, con la que nos entretiene la televisión, enreda nuestros sentidos y nos lleva a considerar la violencia y los conflictos armados como un fenómeno natural". Así, a través de la televisión, el cine y los videojuegos, se nos ha educado en una cultura de la violencia que la legitimará en cuanto aparezca en nuestras vidas.


En 1994, una investigación llevada a cabo por dos universidades de Buenos Aires reflejaba la realidad de la violencia en los programas infantiles de la televisión argentina, abierta o por cable: una escena cada tres minutos. El estudio concluía que un niño argentino, al cumplir los diez años de edad, había visto 85.000 escenas violentas, sin contar otros muchos ejemplos de violencia sugerida. En Brasil, un estudio similar del Gobierno del Estado de Río de Janeiro concluyó que el grupo Globo de televisión emitía la mitad de las escenas violentas durante la programación infantil: una escena cada dos minutos cuarenta y seis segundos. En Lima, un año antes, otro estudio reveló que casi todos los padres peruanos estaban de acuerdo con ese tipo de programas, justificándolos con que eran del agrado de los niños, que les mantenía entretenidos o que les enseñaba "cómo es la vida".


Pero no es sólo la televisión: La industria armamentística "ha financiado la investigación y ha jugado un rol clave en la creación de las tecnologías gráficas que son centrales en numerosas aplicaciones para la industria del armamento y de la diversión. No sorprende por tanto que la mayoría de los videojuegos sean juegos de guerra".


Michael Moore, en su documental Bowling for Columbine, sobre el fenómeno de las armas en EEUU, se pregunta por qué en este país mueren a consecuencia de las armas 11.127 personas cada año, mientras en otros países los índices son muy inferiores. A otras causas importantes que se mencionan en el documental, como la violencia en la televisión y los videojuegos, los problemas familiares, la pobreza, el acceso a armas o el pasado nacional violento, Moore añade otro factor: el miedo y la amenaza. Mientras las estadísticas de delitos muestran una tendencia a bajar, la sensación de inseguridad no para de aumentar, y con ello la venta de armas, en especial las pistolas. Según un estudio del profesor Barry Glassner, autor del libro La Cultura del Miedo, mientras el número de muertes bajó en un 20%, el número de las mismas mostradas en los informativos de la tarde-noche aumentó en un 600%.    Legitimando guerras...    En general, las justificaciones que se dan para legitimar las guerras de la tele, responden a un mismo patrón, casi siempre apoyado en algunos de estos cinco pilares: terrorismo, ilegalidad internacional, armamento ilegal, droga y razones humanitarias. De los tres primeros, estamos recibiendo una sobre-información, aunque no se responde a las preguntas que surgen en los debates:



Quién es el terrorista (quien proporciona la violencia física, la estructural, o los dos),


Qué es la legalidad internacional (lo que dice el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, lo que afirma EEUU o lo que opina la ciudadanía mundial), o


Qué es armamento ilegal (por definición, el que no vendo yo).


La última invasión a Irak ha estado legitimada por dos argumentos: la posesión de armas de destrucción masiva por ese país y su incumplimiento de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sin embargo, existe una cincuentena de países que poseen este tipo de armas, en particular EEUU. Por otro lado, Israel ha liderado el registro de violadores de las resoluciones del Consejo de Seguridad en un número de ocasiones muy superior al de Irak. Los argumentos de la droga y las razones humanitarias, más sutiles, paso a abordarlos a continuación.


<U>La droga   </U>El Plan Colombia representa una estrategia militar –impulsada por EEUU y apoyada financiera e ideológicamente por el antiguo Gobierno español, entre otros– para exterminar la guerrilla colombiana e instaurar una zona de influencia militar estadounidense. El pretexto presentado es la droga, por sí sola justificadora de la intervención.


Un estudio realizado en 2000 por el Consejo Europeo de o­nG sobre Drogas y Desarrollo (ENCOD, en sus siglas en inglés) pretendió reflejar cómo trataba la prensa europea el fenómeno de las drogas. Se recogieron 291 artículos, de donde 151 correspondieron a América Latina y 82 a Colombia. Es curioso notar la fijación en América Latina en general y Colombia en particular, ya que la droga principal producida en esta región es la cocaína, que tiene un menor impacto social en Europa que la heroína. Sin embargo, apenas aparecieron artículos sobre Afganistán, Birmania o Pakistán, de donde procedía entonces el 80% de la heroína consumida en Europa. Afganistán, mayor productor mundial de opio/heroína, alcanzó su récord de producción en 1999, con 4.600 toneladas.


Sin embargo, tras los atentados en EEUU del 11 de septiembre de 2001, se multiplicaron los artículos sobre la producción de heroína en Afganistán. Los medios de comunicación contribuyeron a la búsqueda de argumentos para atacar a este país. Los talibán fueron demonizados, entre otras razones, como fuente de los problemas que la droga ocasionaba en Europa y las fuerzas de la coalición internacional colocaron en el poder a la opositora Alianza del Norte. Sin embargo, el 27 de julio de 2000, los talibán habían prohibido y perseguido la producción de amapola/adormidera/opio/heroína, tras un acuerdo con el Programa de Naciones Unidas para la Fiscalización Internacional de Drogas (UNDCP) que este último no cumplió. En el año 2001, se produjo un 94% menos de opio puro en un 91% menos de área de cultivo que en 2000, pasando de más de 84.500 a 7.606 hectáreas. Las provincias de Helmand y Nangarhar, en aquel entonces bajo control talibán, pasaron a cultivar de 42.853 y 19.747 hectáreas a 0 y 218 hectáreas, respectivamente. Por otro lado, en la provincia de Badakhsan, siempre bajo dominio de la Alianza del Norte, se incrementó la producción, de 2.458 hectáreas a 6.342 este mismo año. En 2001, más del 80% de las 185 toneladas de opio provenientes de Afganistán lo hicieron de territorios controlados por la Alianza del Norte. Según la o­nU, en 2002, con el país bajo control de la Alianza del Norte, Afganistán volvió a producir 3.400 toneladas de opio. Un año después, aumentaron tanto la superficie cultivada como la cantidad producida, que llegó hasta las 3.600 toneladas. Sin embargo, la producción de droga en Afganistán había vuelto a dejar de ser noticia merecedora de atención por parte de los medios de comunicación.

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Las guerras humanitarias    </U>En las últimas guerras de la tele, las intervenciones militares han estado revestidas de un cariz humanitario. Esta particularidad ha servido para legitimar la guerra ante los ojos de la Opinión Pública nacional de los Estados de los ejércitos involucrados o, dicho de otro modo, los medios de comunicación han sido el instrumento utilizado por estos Gobiernos para disfrazar con rostro humanitario estas intervenciones militares.


El empleo de la palabra "humanitario" por parte de los ejércitos humanitarios no es apropiado, ya que las acciones humanitarias y militares responden a una naturaleza diferente. Por otro lado, la asociación entre humanitario y militar ha supuesto enormes problemas para la estabilidad de la acción humanitaria real, entendida ésta como humana, independiente, imparcial y neutral. Algunas de las consecuencias que han tenido estas intervenciones por parte de los ejércitos en las verdaderas acciones humanitarias, por parte de movimientos, organizaciones o instituciones internacionales, han sido las siguientes:



La efectividad en términos de vidas humanas protegidas puede disminuir.


La capacidad e independencia se reduce y limita.


Los riesgos para los actores humanitarios aumentan.


Por otro lado, los ejércitos no se preocupan por mantener una conducta no-intrusiva y un respeto cultural. El constante y lógico miedo en el cual viven les incapacita como interlocutor válido en el ejercicio de la acción humanitaria. Los militares no reciben una instrucción específica en aspectos humanitarios y culturales. El bombardeo de "raciones diarias humanitarias" por parte del ejército de EEUU en Afganistán, por citar un ejemplo modelo, benefició a los más fuertes (que tuvieron mayor acceso y poder en la recogida), favoreció estrategias militares ("despejando" zonas para bombardear (ahora sí) con bombas de hasta 7.000 kilogramos) y perjudicó a los civiles (ya que los paquetes caían en zonas minadas y, en ocasiones, eran confundidos con mini-bombas de racimo, del mismo color y tamaño que los paquetes). Aunque sí es cierto que los ejércitos disponen de una enorme capacidad logística, no lo es menos que si esa logística estuviera disponible para la paz y no para la guerra, la efectividad de su empleo en beneficio de la población afectada sería muy superior.


Por otro lado, las potencias militares legitiman sus intervenciones a través del vínculo humanitario-militar. El oponente, inevitablemente realizará la misma asociación, señalando a la ayuda humanitaria como objetivo militar. Por ejemplo, los militares están empleando los mismos vehículos todo-terreno blancos que emplean las o­nG. Esto les facilita la integración con la población civil, pero convierte a las o­nG en destinataria de las hostilidades. La palabra "humanitario" es utilizada indistintamente por actores humanitarios y militares, lo que provoca confusión entre los combatientes y los civiles.


Por otro lado, los medios de comunicación "deciden" dónde se distribuirá la ayuda humanitaria. Uno de los criterios que se utilizan los donantes para conceder los fondos que financiarán los proyectos es la visibilidad, es decir, si el lugar donde se gastará ese dinero se muestra o no en los medios de comunicación. Así, encontrar financiación para un proyecto en Kosovo es extremadamente fácil, mientras que encontrarla para, por ejemplo, República Centroafricana, donde recientemente hubo un sangriento golpe de estado con un sinfín de muertos, es una tarea prácticamente imposible.... y deslegitimandoEn la actualidad, la influencia de los medios de comunicación es muy importante en el pensamiento colectivo de la ciudadanía. Tienen la enorme responsabilidad de contribuir a la educación de las personas. Y será en función de esa responsabilidad, que les podremos pedir cuentas por lo que dicen o callan. Pero también las personas tenemos la responsabilidad de exigir una información más objetiva y más real de lo que acontece.


Internet fue desarrollado por el Pentágono estadounidense. Sin embargo, hoy es una de las herramientas que ha facilitado que personas de lugares muy remotos puedan compartir preocupaciones, experiencias e información alternativa a la oficializada por el Pensamiento Único. En Internet, puede encontrarse cualquier tipo de información (también no contrastada). Pero existen dos amenazas: una, la posibilidad de que la red de redes se privatice. Otra, que no mejore el acceso: se estima que el 80% de los habitantes de los países empobrecidos no tiene acceso a una línea de teléfono, o que el 91,9 de todos los servidores (ordenadores que proporcionan información a los usuarios de una red) se encuentran en EEUU o Europa.


Existen formas de información alternativa, desde las que presentan las nuevas tecnologías de la información hasta las que se organizan entre distintos grupos para compartir impresiones. Las personas podemos organizarnos para conocer qué se esconde detrás de cada noticia, para aprender cómo ver la tele. Hoy son las cúpulas de poder político, económico y militar y los medios de comunicación –muchas veces a su servicio— quienes deciden qué debemos conocer y en qué medida. La participación ciudadana es el mejor camino para deslegitimar las guerras de la tele. Cuando las decisiones las toman cuatro personas, existen muchos espacios para los intereses personales. En cambio, cuando son cuatro millones los que deciden, estos intereses sólo pueden ser colectivos, donde las minorías también son escuchadas. La participación ciudadana contribuye a profundizar y ampliar el concepto de democracia. Sin embargo, para opinar –para participar–, se necesita conocer. Por ello, tenemos que conseguir que los medios de comunicación estén cada vez menos al servicio de las cúpulas de poder y más al de las personas.


El escritor uruguayo Eduardo Galeano compara la política actual con un partido de fútbol: señala como en éste, 22 personas juegan el partido mientras millones las observan, sin participar. A Galeano, como a millones de personas, le gustaría vivir en un mundo donde la política, la toma de decisiones, partiera de las necesidades básicas y la dignidad de todas y cada una de las personas y donde el conocimiento –no la noticia– estuviera disponible para todas y todos. Vivir en un partido de fútbol donde esos millones dejaron de ser espectadores y decidieron jugar.