60 años de OTAN son demasiados
El 1949 nace la OTAN como una estructura militar, donde los estados miembros, bajo la premisa de la legitima defensa, establecen que estarán obligados a ayudar a otro estado miembro que sufra un ataque.
De este modo se perfilan tres pilares importantes. El primero, el defensivo, la OTAN solamente actuará cuando un estado miembro sea atacado, activándose la legítima defensa. El segundo pilar, definir el enemigo que puede atacar a los estados miembros, donde se señalaba a los estados socialistas del Este de Europa. Y el tercero, el ámbito geográfico de acción de la OTAN, que queda circunscrito a las fronteras de los países miembros.
En definitiva, la OTAN es un producto de la Guerra Fría, nacido y desarrollado dentro de este contexto y de las doctrinas de seguridad militares imperantes en la época. En 1989 la Guerra Fría se acaba, el bloque Occidental sale ganador y el bloque perdedor del Este disuelve su estructura militar, el Pacto de Varsovia. Pero la OTAN no sigue el mismo camino, sino el contrario, reforzarse.
El primer cambio que establece el “Nuevo Concepto Estratégico”, es el de definir los riesgos, problemas o enemigos que pueden poner en peligro “la seguridad” de los estados miembros. Este nuevo concepto establece como riesgos el terrorismo internacional, el crimen organizado, los movimientos incontrolados de población (inmigración ilegal) y el flujo de recursos vitales (hidrocarburos...). El segundo cambio hace mención a que la OTAN deja de ser una organización militar defensiva, para pasar a ser una organización ofensiva, preparada para intervenir allá dónde estén en peligro los intereses de la organización, asumiendo, de paso, “la guerra preventiva”. El tercer cambio es el territorial, a partir de ahora todo el planeta se convierte en territorio de acción. En definitiva, la OTAN puede atacar sin que previamente haya sido agredida en cualquier punto del planeta, con la simple alegación de que la seguridad de sus miembros está en peligro.
Hay que tener presente que se trata de unos cambios fundamentales que transforman radicalmente la OTAN y que, en cambio, se han llevado a cabo de forma muy poco democrática. No han sido aprobados por los parlamentos nacionales, cuando en el caso español lo exige la Constitución. Ni tampoco han sido tema de debate público. Ahora que la OTAN cumple 60 años es un buen momento para generar debate, y si las instituciones o los políticos lo rehuyen, debe ser la sociedad civil la que lo haga y lo ponga en la agenda política. Hace falta debatir sobre la necesidad o no de continuar en la OTAN.
Aunque aceptáramos como problemas los nuevos riesgos que enumera la OTAN, -el terrorismo, el crimen organizado, la inmigración y los recursos-, a los que socialmente debemos hacer frente y dar una respuesta, requieren que los pongamos sobre la mesa y, sobre todo, que abordemos la manera de afrontarlos.
No creemos que para combatir el terrorismo la mejor manera sea hacer la guerra en Afganistán, o atacar cualquier otro territorio; ni pensamos que estemos libres de ataques terroristas aplicando la violencia contra la población en otras partes del mundo. Utilizar la violencia no generará más seguridad a nuestra sociedad. No creemos que podamos combatir el crimen organizado a base de violencia y sin combatir la corrupción o cerrar los paraísos fiscales. No creemos que con barcos de guerra patrullando por el Mediterráneo solucionaremos los flujos migratorios hacia Europa. No creemos y no queremos asegurar el acceso al petróleo u otros minerales a base de reprimir o atacar a las poblaciones locales dónde estos recursos se encuentran. No queremos una Europa que para mantener su nivel de vida y sus privilegios utilice la fuerza y la violencia. Debido a que no consideramos que éste sea el camino, lo mejor sería disolver la OTAN.