Un país sin ejército es posible
Artículo publicado en Publico.es
De vez en cuando es aconsejable replantearse lo considerado esencial en una sociedad. En los tiempos que corren se está haciendo en muchos aspectos. Mientras muchos de ellos deberían ser intocables, como la sanidad o la educación, hay uno que siempre se escapa del debate, el estamento militar, el ejército.
Cuya existencia se justifica en función de las amenazas a la seguridad. Estas se miden en función de diversas consideraciones políticas, sociales, económicas y geográficas. En el caso de un país de nuestro entorno las principales amenazas a la seguridad de un país identificadas en la actualidad son el terrorismo, el crimen organizado, los ciberataques y las catástrofes naturales, entre otros. Pero ninguna de estas amenazas requieren una respuesta militar, sino de seguridad ciudadana y protección civil. Por otra parte, la amenaza tradicionalmente más relevante a la seguridad de un país es la guerra. Pero a pesar de que es una posibilidad que no se debe obviar, en el marco actual de convivencia, desarrollo e interdependencia la probabilidad de un ataque militar es inexistente. En cuanto a la supuesta necesidad de participar en conflictos armados internacionales, que pudiera justificar un ejército, sólo existiría si un país elige la opción política de ser una potencia por la vía militar y si formara parte de estructuras militares superiores que exigieran estas funciones, como es el caso de la OTAN.
Además, la existencia de un ejército promueve por el militarismo y el armamentismo. Por un lado, porque las fuerzas armadas demandan la producción y fabricación de armamento, así como la investigación y desarrollo de nuevas armas para abastecer sus efectivos, lo que genera un comercio de armas continuo. Por otra parte, la producción de armas para un solo ejército es muy costosa. Para abaratar el precio final del arma las empresas producen excedentes que destinan a la exportación, convirtiendo la venta de armamento en un elemento que militariza la política exterior de un país, lo que, junto a la creación de un mercado de armas mundial, da como resultado actividades de promoción del armamentismo y facilita las respuestas militares y violentas en caso de conflicto. La mayor perversión se da cuando la supervivencia del sector económico militar depende de la renovación del armamento a las fuerzas armadas de todo, lo que sólo ocurre cuando hay conflictos armados o se renuevan los armamentos. La existencia de fuerzas armadas hace que la opción de la utilización del militarismo como estrategia política sea más plausible.
El militarismo genera, pues, violencia hacia los ciudadanos del propio país donde existen estructuras militares a través de su uso legitimado de la fuerza y hacia las personas que sufren la violencia que generan las armas producidas y exportadas por la industria militar nacional o donde se realicen intervenciones militares en el exterior de las fuerzas armadas del propio país. El militarismo genera también violencia hacia dentro, ya que las personas que asumen el rol militar reciben la violencia inherente a la estructura militar, jerarquizada, basada en la obediencia y la disciplina extremas, que en caso de ser cuestionada responde con duros mecanismos de represión interna. Además, los militares sufren otra violencia, a pesar de ser consentida, que no se puede obviar. Se trata del proceso de deshumanización fruto del adiestramiento militar, que hace que unos seres humanos estén dispuestos a matar otros ser humanos o destruir el planeta a través del uso de las armas, obedeciendo sin cuestionamiento la orden de su superior.
Finalmente, la disuasión, principal elemento justificador del armamentismo y la existencia de los ejércitos, en el marco geopolítico en que se sitúa un país de nuestro entorno, no se consigue con la acumulación de armas y de soldados dispuestos a utilizar en cualquier momento. La disuasión más efectiva es la que evita ser percibido como una amenaza, como un enemigo para los demás. Formar parte de la OTAN, participar en guerras y otras operaciones militares en el exterior, acumular armamento y exportar armas hacia países que pueden ser una verdadera amenaza para otros es lo que puede hacer un país susceptible de ser objetivo de ataques por parte de grupos armados o fuerzas armadas del exterior.
Considerando que las amenazas a la seguridad en nuestro entorno no requieren una respuesta militar, podemos afirmar que no es necesario un ejército. Como no hay de qué defenderse, no se necesita una institución dedicada específicamente a ello. Los aspectos de los que se encarga un ejército en la actualidad pueden ser gestionados por cuerpos civiles de protección y seguridad que respondan en todo momento a las demandas democráticas de un estado de derecho. La gestión de fronteras, la respuesta a desastres naturales y la inseguridad ciudadana proveniente de amenazas que vayan más allá del ámbito interno pueden tener una respuesta política, policial y de inteligencia bajo un control democrático real y de prevención que en ningún caso requiere una estructura militar.
Un país sin ejército podría liberar un elevado porcentaje de sus recursos y dedicarlos a establecer relaciones diplomáticos que lo sitúen como promotor de la paz, la convivencia, el intercambio, la solidaridad y la resolución de conflictos, desde una posición de neutralidad que fuera respetada y admirada por todos los pueblos del mundo. Además, dado que el gasto militar supone una ingente cantidad del presupuesto de un país, habría recursos suficientes para dedicarse a la prevención de conflictos y catástrofes que puedan afectar a la seguridad interna del país y para tener capacidad de reacción en situaciones en que esto no se haya podido prever.
En conclusión, un país que quiera construir en un paradigma de seguridad y defensa alejado del militarismo, el armamentismo y la guerra, es decir, diferente al tradicional que tan malos resultados ha dado hasta ahora podría empezar por:
Decir no a la guerra y no a la OTAN
Rechazar la guerra como vía para resolver cualquier conflicto. Trabajar para favorecer la resolución de conflictos en todo el mundo por vías pacíficas y no violentas. No formar parte de ninguna organización militar o de promoción de la violencia, y por el contrario, ser un actor protagonista en las instituciones de paz, convivencia y diálogo entre países, así como ser un país activo e implicado en la promoción de la cultura de paz, el desarrollo, los derechos humanos y la solidaridad en el mundo.
Trabajar por el desarme y no proliferación de armas
Desarmar nuestra sociedad y la del mundo, a través de una política de reducción continuada de las armas en manos de ciudadanos y de cuerpos de seguridad. Al mismo tiempo trabajar por la no proliferación de armas en el mundo, ayudando a las iniciativas gubernamentales y de la sociedad civil de prohibición y eliminación de armamento .
Empezar un proceso de desmilitarización
Afrontar todos los aspectos de la militarización de la sociedad con el objetivo de conseguir eliminarla de nuestra sociedad y de contribuir a que así sea en el resto del mundo. No existencia de un ejército, lo que conllevaría la eliminación de todos los estamentos e instituciones militares existentes, reconvirtiendo las que corresponda al ámbito civil. Esto requeriría de un proceso de reconversión de los cuerpos militares y las industrias militares en actividades civiles, y prohibir la venta de armamento. Desmilitarización también de los cuerpos de seguridad policiales y de inteligencia, sometiéndolos a un continuo control democrático y ciudadano.
Trabajar para reducir las violencias
Establecer políticas que reduzcan las violencias directas (contra las personas, la naturaleza y los bienes materiales), las violencias estructurales (explotación económica, represión política y alineación cultural), y las violencias culturales (discursos racistas ,xenófobos, homófobos, misóginos, belicistas… que legitiman las otras violencias).