Las guerras de videojuego del siglo XXI
Artículo publicado en el Diario Ara
Las guerras del siglo XXI parece que serán muy diferentes a las que conocemos hasta ahora. Robots, aeronaves no tripuladas, armas no letales y ciberataques sustituyen las maneras tradicionales de hacer la guerra.
ipulades, armes no letals i ciberatacs substitueixen les maneres tradicionals de fer la guerra.
Una de las novedades más importantes es la de los aviones no tripulados, también conocidos por sus siglas en inglés UAV, UAS si se habla también de la estación de control terrestre o con el sustantivo drone (que significa abejón). Los drones pueden ser tan pequeños como para lanzarlos con una mano o tan voluminosos como un avión convencional, sobre todo los modelos diseñados para lanzar misiles.
Los drones, como cualquier otro avión, pueden ser, pues, civiles o militares, según el uso que se los dé. Los aviones no tripulados civiles sirven para vigilancia, topografía o cosechas. Su funcionamiento evidentemente se basa en la filmación a través de cámaras que llevan incorporadas que transmiten s un centro de control. En este caso aparece el debate sobre la legitimidad de la vigilancia policial a través de los drones y de la posible vulneración del derecho a la intimidad, puesto que con los drones se hace imposible saber cuándo y dónde serás grabado y vigilado por una cámara. Por su parte, los drones militares sirven tanto para reconocimientos y vigilancia como para bombardear objetivos militares.
No hay ningún ejército de nuestro entorno que no haya acogido con entusiasmo la implantación de los drones entre sus equipamientos. Las razones son muchas: son más baratos que un avión de guerra convencional, no hace falta formar durante años a un piloto de combate, en caso de recibir artillería antiaérea no supondría la pérdida de vidas humanas de la correspondiente tripulación y además, se hace más sencilla la decisión de disparar sobre el objetivo militar, ya que comporta menos cuestionamientos morales disparar a objetivos que aparecen en una pantalla de ordenador que hacerlo viendo los efectos del ataque con tus propios ojos. A las ventajas militares hay que sumar las políticas. Si una cosa hace daño en un gobierno que emprende aventuras militares en tierras lejanas es tener que explicar a la opinión pública que sus compatriotas vuelven de la guerra en ataúdes.
Además, el de los drones es un negocio pujante. Podría llegar a tener un volumen de mercado cercano a los 89.000 millones de dólares, 28.500 de los cuales corresponden a I+D+I.
Evidentemente, nadie quiere perderse formar parte de uno de los negocios con más recorrido de los próximos tiempos. Estos datos se refieren al mercado global de drones, incluyendo el negocio militar y el civil. En todo caso, tan sólo en la OTAN hay más de 60 tipos de drones, más de 2.200 estaciones de control terrestre y más de 6.700 UAS. A nivel mundial ya hay más pilotos de UAS que de aviones comerciales. En el caso español es el ejército de tierra el único que posee 17 UAV, cuatro de los cuales se encuentran desplegados en Afganistán. Las empresas españolas más importantes en cuanto a los UAV son Cassidian (EADS) e Indra, en un sector claramente dominado por los EE.UU. e Israel.
Aceptar el uso de los drones como un arma comporta problemas de orden jurídico y ético. Podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que el uso de los drones militares es ilegal y éticamente inaceptable . Porque un avión no tripulado no puede respetar el Derecho Internacional Humanitario, puesto que estas armas no son capaces de distinguir entre civiles y combatientes o de medir la proporcionalidad del ataque. De hecho, entre los criterios utilizados para la identificación de objetivos militares por los drones, se emplea el criterio de “grupo de hombres que se encuentren reunidos”. Y no tenemos que olvidar que los Estados tienen la obligación de garantizar que todos los sistemas de armas vigentes respeten el ordenamiento jurídico internacional. Los EE.UU., que son líderes en su uso, sólo en Pakistán, Yemen y Somalia han realizado al menos 500 ataques, con un balance de cuatro mil víctimas mortales, una cuarta parte de los cuales eran civiles.
Desde un punto de vista ético el cuestionamiento es todavía más evidente: ¿Quién es responsable de un bombardeo hecho sin intervención humana directa? ¿Qué pasa si un hacker interfiere el sistema informático del UAS?¿ Qué pasa si hay un error de programación? Con los aviones no tripulados militares la guerra se convierte en una actividad trivial, en un videojuego, donde los objetivos sobre los cuales se lanzan bombas y misiles son imágenes en una pantalla de ordenador. Si no somos capaces de dejar en segundo plano los intereses económicos y políticos entraremos en la era de la guerra de videojuego con la única diferencia que con el caso de los drones las víctimas serán reales. Es, pues, necesario y urgente una legislación que ordene el uso de los drones y que evite su uso militar.