Guerras sucias
En la mayoría de las guerras actuales nos encontramos con la dificultad de situarnos en que bando se encuentran los valores que justificarían un posicionamiento en su defensa. Articulo aparecido en Público el 23/3/2015
Si en cualquier conflicto es justificable un “No a la Guerra”, como fue el caso de las condenas de los ataques e invasiones de la coalición internacional dirigida por EEUU en múltiples conflictos y en especial en Afganistán, Irak y Libia. En la mayoría de las gentes que asumieron esa reivindicación (hubo quienes por tactismo lo hicieron aunque apoyaban al agredido), había un claro rechazo a los regímenes de Sadam Hussein, los talibanes o Gadafi, pues ninguno de ellos eran buenos ejemplos de ser defensores de la justicia social, sino más bien al contrario, de reprimirla. Evidentemente tampoco EEUU y sus aliados eran ejemplos de buen comportamiento ético en esos conflictos, cuando detrás de sus agresiones se escondía establecer un orden internacional favorable a sus intereses geopolíticos, cuando no la simple apropiación de los hidrocarburos de Irak.
Esto viene a cuento, porque en buena parte de los conflictos de los últimos tiempos resulta bastante difícil justificar o dar legitimad a las partes enfrentadas. Es en este sentido, que diversos analistas han calificado estas guerras como sucias, al referirse a los conflictos de Ucrania, Siria, Irak, Afganistán, Libia... Esto es así, porqué en esos conflictos resulta difícil de definir en qué bando se encuentran los valores que justifiquen su defensa, pues éstos son escasamente visibles. Esto no pasaba, por poner algunos ejemplos claros, en los conflictos yugoslavos de Bosnia, Kosovo, Chechenia, Sahara Occidental o Palestina, donde se diferenciaba con claridad quienes eran los que conculcaban derechos y quienes eran las víctimas.
En Ucrania ocurre otro tanto. En este país se han confrontado dos grandes bloques, por un lado los partidarios de integrarse en el bloque europeo de la UE y buscar la protección militar de la OTAN, ubicados especialmente en el lado occidental del país; frente a los que en el lado oriental y sur, tenían un sentimiento mayoritario rusófilo y de mantenerse bajo la influencia de Rusia. Dos visiones antagónicas que condujeron en Kiev, a la revuelta de Maidán por parte de los partidarios de la UE, que provocó la caída y huida de Yanukovich. Revuelta, en la que actuaron grupos de ultraderecha y neonazis junto a gentes hartas del nepotismo de Yanukovich, unos y otros presentes en el nuevo Parlamento y gobierno ucraniano. Mientras que en la parte sur y oriental del país, una parte de la población tachaba de golpe de estado lo ocurrido en Kiev, salió a la calle a ocupar instituciones mientras reclamaba la protección e intervención de Rusia, que no se hizo esperar en Crimea, y posteriormente en los territorios rebeldes del Dombás.
El conflicto de Ucrania se puede calificar, además de sucio, de hibrido. Sucio, pues resulta difícil de encontrar en ambos bandos claros signos ejemplarizantes que permitan tomar una posición en su defensa. E hibrido, porque en un uno y otro lado no hay fronteras entre lo legal y lo ilegal, donde se dan cita fuerzas regulares e irregulares, una fusión de soldados con y sin uniforme, paramilitares, mercenarios y brigadistas internacionales. Por el lado del gobierno de Kiev, para mayor deshonra, grupos neonazis; por el lado proruso, internacionales neoizquierdistas (pues no se alcanza a ver el rojerío en el lado proruso). Sí al régimen de Kiev, además de contar con el apoyo de EEUU, la OTAN y algunos países de la UE, se le puede acusar de estar dominado por oligarcas corruptos, autoritarios junto a ultranacionalistas y neonazis. En el lado de los rebeldes prorusos, ocurre algo similar, también están presentes los oligarcas y no se vislumbran demandas de independencia democrática, pues pretender adherirse al también régimen capitalista y escasamente democrático de Rusia, e igual de corrupto, autoritario y represor de nacionalismos (Chechenia) no anuncia ninguna emancipación para las gentes que habitan en esos territorios.
Algo similar ocurre en Siria, guerra sucia e hibrida. Donde uno y otro contendiente recurren de igual modo a todo tipo de combatientes, regulares e irregulares, muchos venidos desde otros países, con grupos y fracciones de distinto pelaje que no dudan en practicar tácticas terroristas, tanto de las fuerzas partidarias de Al Asad, como por parte de los rebeldes donde se multiplican las fracciones que incluso se enfrentan entre sí. País donde múltiples países regionales dirimen sus diferencias apoyando a uno y otro contendiente, especialmente las dos potencias regionales, Irán en favor de Al Asad, Arabia Saudita ayudando a los rebeldes. Rebeldes que además reciben ayuda de Qatar y todas las monarquías del Golfo, y Turquía que si bien apoya a los rebeldes se enfrenta a los kurdos.
Conflictos donde fuera de sentirnos solidarios con los pueblos que resisten a la barbarie, resulta imposible secundar a unos actores que, cada uno por su lado, luchan por intereses sectarios y ajenos a valores democráticos y republicanos. Así que resulta inquietante el despiste de algunas gentes de nuestro entorno que se atreven a denominar de revolución lo que está ocurriendo en Siria o en el Dombás.